Şangó

Şangó, Oba Koso, Yakutá…

Sango es el nombre de una fuerza espiritual asociada con el poder del rayo, la lluvia, el trueno y los sonidos musicales en la cultura religiosa africana llamada Ifa. El nombre también ha sido dado a una compleja convergencia de fuerzas espirituales que son el elemento clave en el concepto de Ifá del coraje y la justicia.

Él es una deidad muy potente y detesta la inmoralidad. Él es una Deidad impaciente que no tiene tiempo para tonterías. Él entiende el uso de hierbas y hojas por lo tanto lo apodaron «Ewelere» que significa «las hierbas son rentables». Sango se asocia también con la victoria sobre el adversario, la fertilidad y la productividad.

Sangó es el Alafin (regente), deificado del Oyó medieval, de quien se cuenta que se colgó a sí mismo debido a su vida licenciosa. Fueron sus fieles seguidores quienes le elevaron al mundo de los Òrìsà. Le relacionaron con la deidad del rayo y del feroz castigo conocido como Jakuta.

Sangó es el Òrìsà del tambor, de la danza, la virilidad y la guerra. Tiene el poder de transformar la materia en sustancia pura y valiosa. Sus devotos recurren a él para resolver problemas legales, para protegerse de los enemigos y para mejorar las malas situaciones. Considerado con frecuencia un tanto terrenal, Sangó es reverenciado y oído con entusiasmo pues sólo habla una vez y tiene tendencia a ser temperamental.

Sangó es el dios del rayo y del trueno. Se le conoce también como Jakuta (el tirador de piedras). Tiene tres esposas: Oyá, Òşun y Oba. Según Lucas, a los sacerdotes de esta  deidad  se  les  conoce  como  Oni-Sangó  y  Odusu-Sangó.  A  los  sacerdotes principales se les llama Magba. El término “magba” ha sido llevado a significar „el que recibe‟, „un receptor‟, pero esto es sólo una fantasiosa y literal explicación.

Se dice que es un dios bastante temido por los yoruba, que odia la injusticia, el robo, la falsedad y el envenenamiento, que él representa la ira de Olodumare.

Los YORUBA describen a SANGO como un hombre fuerte y valiente, un guerrero, un sanador y un maestro de la magia. También se le describe como fanfarrón, arrogante, pendenciero y mujeriego. Los YORUBA creen que el poder de SANGO reside en su hacha y su lengua. Los colores de SANGO son el rojo y el blanco. Su número es el seis. Le gustan las nueces de cola agrias, ñames, plátanos verdes, amala, ginebra, vino de palma y aceite de palma.

Su  ADIMU  se  compone  de  alimentos  muy  especiados  y  picantes.  A  menudo encontrarás un mortero con una mano de mortero (con el que él hace magia y medicina) adornando su capilla. Sus piedras de rayo a menudo comparten su olla con sus piedras encarnadas. Las piedras de rayo son los vehículos de su temible poder, en forma de relámpago

Por otra parte, se cuenta que fue un gran hombre de medicina o un brujo doctor que decía ser capaz de matar a la gente, echando fuego por la boca.

Sango en el Folklore Yoruba

 Múltiples son los mitos y leyendas sobre Sangó. A Sangó se le ha presentado como una figura histórica y se plantea que fue el cuarto Alafin de Oyó. Se alega que era un hombre fornido, un poderoso cazador muy decidido y apasionado, un gran guerrero.

Según la historia, como rey de Oyó, gobernó con mano de hierro y buscó la manera de mantener a todos bajo su puño. Como resultado, la gente se cansó de su tiranía, su autoridad  fue retada y terminó suicidándose, colgándose del árbol ayán.

Una leyenda cuenta que había algunas quejas de los súbditos de Sangó con relación a su tiranía. Sangó se enfadó con todos montó su caballo y se fue al bosque. Lo esperaron durante un tiempo, pero era en vano. Al no regresar, la gente temió que por un ataque de cólera se hubiera ahorcado. Fueron en su busca, no lo encontraron a él pero sí a su caballo. Los que lo buscaban gritaron: ¿Dónde está usted, oh, rey? ¿Se ha ahorcado? “No, no me he ahorcado”. “Entonces regrese. Lo queremos aquí”, gritaron aquellos, pero él respondió: “No, como ha habido tantos problemas en el compound y tantas quejas contra mí no regresaré. Ahora los gobernaré sin ser visto”.  Entonces subió al cielo por una cadena que colgaba de un árbol ayan. Desde entonces ha manifestado su poder real desde el cielo con el rayo y el trueno.

En una leyenda que habla de su reinado tirano y cruel, se señala que Sangó tenía dos ministros de los que estaba celoso y los echó a pelear uno contra el otro con la esperanza de que ambos se destruyeran; pero el propio Sangó fue depuesto por el que salió victorioso de esa lucha. Sangó huyó, acompañado por sus tres esposas: Osún, Oyá y Oba y algunos de sus más fieles seguidores. Anduvo errando por la selva y poco a poco sus acompañantes fueron desertando, hasta quedar solo con Oyá, su esposa favorita. Desesperado Sangó se ahorcó en el árbol ayan. Oyá huyó al norte y se convirtió en la diosa suprema del río Níger. Los viajeros que vieron el cuerpo de Sangó colgado entraron al pueblo y dijeron Oba-so (el rey se ahorcó).

Los amigos del rey se enfurecieron de tal modo que determinaron vengar su muerte. Tomaron un grupo de pequeñas calabazas y las llenaron de pólvora. Las cubrieron con fibra de coco y les pusieron mechas y esperaron el próximo tornado. Cuando llegó, encendieron las bombas y las lanzaron a los techos de paja de muchas casas. Las explosiones y el fuego hicieron que la gente llena de irritación comenzara a gritar: “¿Por  qué  se  están  quemando  nuestras  casas?”,  los  amigos  de  Sangó  salieron diciendo: Oba Ko So (el rey no se ahorcó), Él está furioso con ustedes. Se convirtió en un dios y ha subido al cielo, enviando los rayos para castigarlos. Tienen que traer bueyes, carneros, aves, aceite de palma, etc. , y ofrecer sacrificios a Él, adorarlo, y entonces los perdonará.

Sangó (Espíritu del Relámpago) fue el cuarto Aláàfin  (Jefe Regional) de  Oyó.   Fue una época en la que la nación yorùbá estaba plagada  por  la guerra y el conflicto interno.  En un esfuerzo para traer estabilidad a  la nación, Sangó unió el Reino de Oyó.   Cuando los días de la batalla y  la lucha  llegaron  a  su  fin,  Sangó se  sentó en  su  palacio  y  sufrió aburrimiento.  En  un esfuerzo para recrear la excitación de su  juventud, ordenó a sus hermanos Tìmì y Gbònkáà  que pelearan en duelo.

Abrumado  por el dolor, Sangó vagó por el bosque y se ahorcó  en  el árbol de àyàn. La primera persona que encontró su cuerpo fue su esposa Oya (Espíritu del Viento) quien dijo «Oba kò só» lo que significa «El Rey no ha muerto».

SANGO es una deidad guerrera, encarnada como el 4º rey, Alafin o gobernante de OYO, un reino de Nigeria. SANGO está personificado como el cuarto ALAFIN DE OYO, que gobernó con puño de hierro y cuyo gobierno se consideró tiránico. (Se dice que las muchas intrigas de su corte y reinado le llevaron a ahorcarse). Algunas historias cuentan que sucedió en una época de desesperación, después de que un fallido intento por su parte de realizar magia causara un fuego que mató a varias a sus esposas e hijos.

Otras historias cuentan que Sango forzó a dos Generales que eran íntimos amigos y le eran leales a que lucharan hasta que uno muriera a manos del otro. Después de darse cuenta de las nefastas consecuencias de su abuso de poder se ahorcó a sí mismo consumido por los remordimientos y los sentimientos de culpa. Otras historias cuentan que Sango estaba harto de las constantes disputas entre sus esposas y se marchó al bosque, donde no se ahorcó sino que ascendió al cielo.

Aunque las versiones acerca de la muerte de Sangó a veces son contradictorias, tanto en el Viejo Mundo como el Nuevo Mundo los practicantes coinciden en que ÉL sólo habla una vez. Esto se interpreta en que una vez Él nos ha indicado el camino verdadero y nos ha advertido convenientemente, debemos ser conscientes de lo que esto significa y tenerlo en cuenta sin más preguntas.

He aquí otra leyenda:

Sangó fue un rey muy poderoso que reinó en Oyó y en los territorios vecinos conquistados por él. Su pueblo le temía mucho porque éste podía arrojar truenos sobre ellos cuando no lo complacían. Su símbolo de poder era un hacha de dos cabezas, esto significaba que él podía cortar a ambos lados, es decir, nadie podía escaparse de su castigo. Pero Sangó no estaba satisfecho con su poder. Él quería que la gente le temiera aún más.  Mandó a buscar a los grandes  hechiceros  de Oyó  y  les  dijo: “prepárenme unos polvos bien poderosos, más poderosos que los truenos”. Los hechiceros se marcharon y regresaron con diferentes tipos de polvos, pero ninguno de ellos fue lo suficientemente poderoso. “¿es esto cuanto pueden hacer?”, preguntó Sangó, al mismo tiempo que los despedía. Entonces mandó a buscar a Orisa Esú y le dijo: “estos hechiceros son unos inútiles. Su preparado es débil. Usted es un dios poderoso. Yo quiero que usted me prepare unos polvos bien fuertes que hagan a la gente temblar de miedo”. “Pero ya ellos tiemblan de miedo cuando usted arroja los truenos”, dijo Orisa Esú. “Ah, pero se han acostumbrado a ellos, incluso duermen mientras se escucha el ruido. Yo quiero algo que llene sus corazones de terror, algo que ellos puedan ver, algo espectacular. Yo sé que usted puede hacerlo”.

Èşú pensó por un momento y dijo: “Está bien, te prepararé ésos polvos que te convertirán en la persona más temible de todo el mundo. Envía a tu esposa Oyá con un chivo.

Yo tengo que hacer un sacrificio”. Sangó envió a Oyá con el chivo. Èşú recibió el chivo y le dijo: “Regresa después de siete días”. Oyá regresó a donde Sangó y le dijo lo que Èsú había dicho. El octavo día ella volvió a donde estaba Èsú. Este le dijo: “Tengo los polvos listos; aquí están. Llévaselos a tu marido”. Oyá le dio las gracias y tomó el paquete. En su viaje de regreso a casa le asaltó la curiosidad. “¿Qué podrá haber ahí dentro?”, se preguntó, mientras le daba vueltas para arriba y para abajo al paquete. Pasado un rato se dijo: “Lo voy a abrir un poquito nada más para echarle una ojeada”. Lo abrió y vio que el mismo contenía polvo rojo. “¿Qué tipo de polvo es este?, ¿a qué sabrá?” se preguntó. Cogió una untadita con los dedos índice y pulgar y lo probó. No tenía sabor. “ Me pregunto para qué Sangó querrá este polvo sin sabor”, dijo encogiéndose de hombros, a la vez que envolvió bien el resto del polvo.

Cuando llegó a su casa le entregó a Sangó el paquete. Este lo abrió y le preguntó: “¿Te dijo qué bebía hacer yo con este polvo?”. Cuando Oyá  abrió la boca para responder, le brotó de la boca una especie de lengua de fuego.

“Entonces eso quiere decir que has probado mis polvos” dijo Sangó muy bravo. “Tú no tenías derecho a probarlo”. Levantó su mano para pegarle, pero Oyá huyó de la casa. Sangó corrió tras ella. Oyá miró a su alrededor y vio algunas ovejas pastando en un campo. “Me esconderé entre ellas”, se dijo. Fue y se escondió entre las ovejas. Sangó no la podía ver pero sabía que ella estaba en algún lugar cercano, entre las ovejas.

Arrojó truenos hacia allí con la esperanza de que Oyá fuera alcanzada por uno de ellos; pensando que ya debería estar muerta, regresó a casa.

Pero Oyá no estaba muerta, ella se había escondido debajo de una de las ovejas, y, aunque la oveja murió, su cuerpo la protegió. Oyá tenía miedo a regresar, entonces se dirigió al pueblo de Oyó y les pidió que suplicaran por ella. La gente fue donde estaba  Sangó y le pidieron que perdonara a Oyá. Sangó estuvo de acuerdo en perdonarla y ella regresó a casa. Esa noche Sangó tomó el paquete de polvos preparados y escaló la cima de una meseta que no estaba lejos de la ciudad. Desde allí él podía ver su propia casa y las de sus esposas y sirvientes, todas congregadas en el área de su palacio. Colocó una dosis de polvo rojo en su lengua y respiró hacia fuera. Inmediatamente una gran llamarada brotó de su boca y cayó sobre la ciudad, incendiando el palacio de Sangó así como las casas aledañas. Inmensas llamaradas se dispersaron hacia el cielo que se puso rojo. La gente corrió en desbandada tratando de alejarse lo más posible de la ciudad en llamas. El incendio se acentuó hasta que toda la ciudad se quemó completa, dejando solo cenizas. La ciudad fue reconstruida después y actualmente la gente habla del Oyó  viejo y del Oyó nuevo.

Siguen contando las tradiciones que Sangó fue el hijo menor de Oranmiyán y Yamase. Sus hermanos mayores no lo querían bien, ya que pensaban que no era valiente en la guerra. Oranmiyán quería a su hijo menor más que al resto, y cuando estaba a punto de morir fue al bosque y depositó todas sus riquezas en la rama de un árbol hueco. Más tarde dio instrucciones a Sangó de que inmediatamente después de su muerte debía ir y ahorcarse en esa rama en el bosque. Si en algún momento tenía problemas serios debía consultar a un mago llamado Onikoso.

En cuanto Oranmiyán murió, Sangó fue perseguido por sus hermanos y decidió seguir el consejo de su padre. Fue al bosque y se colgó de la rama. La rama hueca se partió, cayó y salió toda la riqueza de Oranmiyán. Sangó huyó a un área deshabitada y allí fundó un nuevo reino, donde vivió en paz con todos sus vecinos y donde nunca libró una guerra. Había continuas fiestas y celebraciones en el pueblo, y gente de todos los reinos vecinos vinieron a asentarse allí.

Cuando sus hermanos se enteraron de esto, le enviaron mensajes anunciando que le harían la guerra en su ciudad. Sangó no estaba preparado para la guerra y temeroso fue a consultar a Onikoso, el mago.

Onikoso preparó una medicina para Sangó que este tenía que ponerse en la boca. Como  Sangó  no  podía  recoger  él  mismo  la medicina,  mandó  a  su  esposa  Oyá. Onikoso aconsejo a esta que no abriera el güiro que contenía la medicina, pero Oyá sentía curiosidad y en el camino lo abrió y comió un poquito de la medicina. En cuanto abrió la boca salió fuego de esta: se había convertido en un Òrìsà. Cuando llegó al palacio, ya los enemigos amenazaban el pueblo. Rápidamente Sangó se puso un poco de la medicina en la boca y salió fuego de sus entrañas.

Las  llamas  destruyeron a  todos sus  enemigos.  Después,  sus  hermanos  comieron también de la medicina y también se convirtieron en Òrìsàs. Cada vez que Sangó hablaba salían llamas de su boca. Su pueblo estaba aterrorizado y le mandaban huevos de cotorra para indicarle que había sido rechazado.

Triste y desencantado, regresó nuevamente al bosque para ahorcarse. Más, en cuanto se puso la soga alrededor del cuello, sintió que el suelo se abría bajo sus pies y desapareció en la tierra. Su leal sirviente, que lo había acompañado, corrió de regreso a la ciudad para avisar del incidente. Todo el mundo fue a ver el profundo hueco en la tierra por donde Sangó desapareció y comenzaron a lamentar su muerte. Desde abajo, Sangó lanzó piedras y mató a todos aquellos que dijeron que él había muerto.

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